Las aventuras de Ulises (14): la prueba definitiva.

- Si no es mucho pedir, quisiera comprobar si en mis músculos queda algo de la fuerza de antaño. -dijo Ulises- Yo también voy a intentarlo.

Penélope ya se había fijado en el anciano que era Odiseo. De hecho, le había pedido a una sirvienta que le atendiera y le lavara los pies. Ulises había intentado impedirlo, pues la sirvienta no era otra que Euriclea, la mujer que le había cuidado desde niño y que, sin duda, había reconocido al limpiarle la cicatriz que el héroe tenía en la pantorrilla.
Por eso, la reina había decidido para sí que, si el anciano lograba al menos tensar el arco de Ulises, le recompensaría con regalos y riquezas. Cabsada de las burlas que acosan a su invitado, se marcha a descansar.

Todo el salón era un murmullo de burlas y risas... que cesaron para dejar paso al asombro cuando el anciano no sólo había tendido el arco sin esfuerzo, sino que la flecha disparada atravesaba limpiamente el ojo de las doce hachas puestas en hilera y había dado en el blanco final. Telémaco, mientras tanto, ha cerrado las puertas de la sala.

Tras un largo silencio, Atenea vuelve a Ulises a su aspecto verdadero. El héroe coge de nuevo su arco, lo tensa y, ayudado por su hijo, comienza a disparar a los pretendientes... Los gritos de los sirvientes despiertan a Penélope; Euriclea entra en su habitación.

-¿Qué haces todavía aquí? Ulises ha vuelto.


Claro que, después de tanto tiempo, esto era difícil de creer para Penélope. Sólo hay una manera de saber si aquél hombre que tiene ante sí es el hombre al que ha estado esperando tanto tiempo... Manda a un criado que bajen la cama de Ulises, ya que no va a dormir con ese desconocido. Ulises mira a su mujer anodadado:

- ¿Qué dices? Eso es imposible: mi cama, nuestra cama, no puede moverse, pues uno de sus pilares en un olivo que yo mismo planté en esta casa.

Atenea, en recompensa -porque a esta diosa le divierten las historias de los humanos-, hizo de aquella la noche más larga del año.


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